La educación tiene por objeto lograr el máximo desarrollo de las
facultades intelectuales, físicas y emocionales de las nuevas
generaciones, y al propio tiempo permitirles adquirir los elementos
esenciales de la cultura humana. Tiene por tanto una doble dimensión,
individual y social, íntimamente entrelazadas, cuyo cultivo constituye
la base de una vida satisfactoria y enriquecedora.
Dado que los seres
humanos no nacen con el bagaje de conocimientos, actitudes y valores
necesarios para vivir una vida personal plena y desenvolverse en una
sociedad, es necesario facilitarles al máximo su consecución, por medio
de la acción educativa. De ahí deriva la importancia de la función
docente, que tiene como meta la formación integral de las personas
jóvenes como seres individuales y sociales. El desempeño de esta tarea
conforma una de las profesiones más necesarias cuando un pueblo desea
configurar una sociedad justa, armónica y estable.
Para alcanzar
tales objetivos la sociedad debe garantizar la libertad de cátedra, el
derecho de todos los alumnos a aprender y la igualdad de oportunidades
educativas. La profesión docente requiere la dignidad, el
reconocimiento, la autoridad y el respaldo necesarios para su
desempeño.
El correcto ejercicio de la profesión docente no puede
concebirse al margen de un marco ético, que constituye su sustrato
fundamental y que se concreta en un conjunto de principios de actuación:
1. Dado el proceso de desarrollo personal en que se encuentran
los destinatarios de la acción educativa, los docentes tienen la
responsabilidad de prestar una atención permanente a la influencia de
sus acciones sobre los educandos, por cuanto suelen servir de pautas de
conducta. Ello implica guiarse por los principios de responsabilidad y
ejemplaridad en su actuación.
2. Igualmente, dado que los valores cívicos fundamentales de nuestra sociedad deben ser la justicia y la democracia, orientados al mantenimiento de una convivencia social armónica, el profesional de la docencia deberá regirse en todo por dichos criterios de actuación. Y para respetarlos, no perderá nunca de vista los principios de justicia, veracidad y objetividad en sus actuaciones.
3. La infancia y la adolescencia son etapas decisivas en la formación de la personalidad. Y para que este desarrollo alcance libremente su techo, es preciso que los docentes se guíen por el principio del respeto y la empatía, como condición para propiciar los sentimientos de seguridad y autonomía en los educandos.
4. La convivencia escolar es un excelente aprendizaje para la convivencia social, por lo que los docentes cultivarán los principios de solidaridad y responsabilidad social, con vistas a la formación de ciudadanos activos y responsables.
5. Con el fin de formar ciudadanos autónomos, maduros y con criterio propio, es necesario que el profesional docente ponga todo su empeño en el desarrollo del espíritu crítico propio y de sus alumnos, de modo que aprendan a valorar, juzgar y sopesar la veracidad, alcance e importancia de cuanta información reciban a través de distintos medios.
6. Sin perjuicio de la legítima compensación que el docente tiene derecho a recibir por el trabajo que realiza, su actuación se regirá por el principio del desinterés.
7. Dado el cambio continuo al que está sometida la labor de la docencia, así como el marco institucional y social en que se desarrolla, el docente debe adoptar como guía de conducta el principio de formación permanente que le permitirá responder del mejor modo a los desafíos que continuamente se le plantean.
2. Igualmente, dado que los valores cívicos fundamentales de nuestra sociedad deben ser la justicia y la democracia, orientados al mantenimiento de una convivencia social armónica, el profesional de la docencia deberá regirse en todo por dichos criterios de actuación. Y para respetarlos, no perderá nunca de vista los principios de justicia, veracidad y objetividad en sus actuaciones.
3. La infancia y la adolescencia son etapas decisivas en la formación de la personalidad. Y para que este desarrollo alcance libremente su techo, es preciso que los docentes se guíen por el principio del respeto y la empatía, como condición para propiciar los sentimientos de seguridad y autonomía en los educandos.
4. La convivencia escolar es un excelente aprendizaje para la convivencia social, por lo que los docentes cultivarán los principios de solidaridad y responsabilidad social, con vistas a la formación de ciudadanos activos y responsables.
5. Con el fin de formar ciudadanos autónomos, maduros y con criterio propio, es necesario que el profesional docente ponga todo su empeño en el desarrollo del espíritu crítico propio y de sus alumnos, de modo que aprendan a valorar, juzgar y sopesar la veracidad, alcance e importancia de cuanta información reciban a través de distintos medios.
6. Sin perjuicio de la legítima compensación que el docente tiene derecho a recibir por el trabajo que realiza, su actuación se regirá por el principio del desinterés.
7. Dado el cambio continuo al que está sometida la labor de la docencia, así como el marco institucional y social en que se desarrolla, el docente debe adoptar como guía de conducta el principio de formación permanente que le permitirá responder del mejor modo a los desafíos que continuamente se le plantean.
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